May 21, 2015

Leyenda de doña Sancha Rodríguez de Tareygo "A Valente" (La Valerosa)


Sancha Rodríguez era hija de Aras Pardo y de Tareyga Affonso.

Se casó con Fernán Pérez de Andrade cuando éste era tan sólo un hijo segundón. Con él tuvo dos hijas, Sancha e Ynés Fernández, y dos hijos Nuño y Pedro «os fillós erdeiro». Las hijas las enviaron al monasterio de Santa Clara de Santiago.

De los hijos «os fillós erdeiros», que se documenta en el 1368, sólo se puede decir murieron muy pronto, ya que el heredero de Fernán Pérez será su sobrino (hijo de su hermano mayor Johan), Pedro Fernández de Andrade.

Doña Sancha heredo de sus padres varios señoríos entre ellos los de Soutomaior, Castiñeira y Fornelos .

En aquel tiempo había en Galicia, lo que denominaron "a luta da fronteira" “guerra de la frontera”, donde las más poderosas familias de la nobleza gallega (Orden da Banda) y la portuguesa (Orden de Cristo), estaban enfrentadas por el control de los dominios. Entre aquellas familias se encontraban los de conde de Barcelos en el castillo Castro Laboreiro (Viana do Castelo) pertenecientes a la Orden de Cristo.

Pronto tuvo Sancha la desgracia de quedarse sola, pues su marido que aún no tenía el título de conde, se fue a guerrear al lado de Enrique II contra Pedro I de Portugal.

Nuño y Pedro, hijos de doña Sancha, contaban ya con diecinueve años uno y dieciocho el otro, y habían entablado cierta amistad con los hermanos de la familia Barcelos, Simón y Alonso, pertenecientes al bando contrario (Orden de Cristo). Un día jugando a la pelota Pedro con los hermanos Barcelos, en un encontronazo, comenzó una disputa, las palabras se elevaron, hasta que todo fue a más y echaron manos a sus espadas. Pero esta lucha no iba a ser justa, Pedro, se hallaba sólo, mientras que los dos hermanos Barcelos se encontraban en compañía de sus criados. Todos fueron contra él, y ante tras desigual cruce de espadas fue vilmente asesinado por los Barcelos.

 Cuando uno de los Barcelos dijo:
 “No podemos quedarnos aquí debemos irnos, pues cuando la muerte llegue a oídos de su hermano buscará venganza, vayamos a la casa de vuestro padre.”

 Tenía fama el mayor de los Andrade de buen manejo de la espada:
 “No, hermano si huimos ahora, su venganza será terrible. Debemos adelantarnos a sus actos, enviemos algún mozo en su búsqueda antes de que la noticia de la muerte llegue a sus oídos, y sin esperárselo le daremos muerte también.”

 “Así lo haremos.” -Respondió el otro hermano.-

 Mandaron pues sin demora a uno de sus más fieles criados.

Aguardaron su llegada escondidos en una de las calles por donde solían llegar los Andrade. Con las espadas desenvainadas, cuando vieron aparecer al mayor de los Andrade, se abalanzaron sobre él, que sin tiempo de respuesta nada pudo hacer, dándole una muerte cruel y cobarde.

 Andrade agonizante sin entender nada se preguntaba:
 “¿Por qué? ¿Por qué?” -Repetía balbuceante entre sangre.

 Muerto el último varón de los Andrade y el padre guerreando, ya no temían por sus vidas. Dejando el cuerpo atrás, se dirigieron a la casa de su padre que tras explicarle, a su manera, lo sucedido, les aconsejó que marcharan de inmediato hacia tierras de Portugal, para asegurarse de las posibles represalias por parte del bando de la Orden da Banda. Y así huyeron de Castro Laboreiro.

Llevaron los familiares los cuerpos de los Andrade ante su madre, doña Sancha, relatárosle la atroz muerte a que habían sido sometidos sus hijos. Todos creían que ante tan trágica y cruel perdida doña Sancha, por ser mujer, se hundiría en la tristeza, en el llanto y que su vida por amor perdería o loca se volvería, más alejados de la realidad estaban, doña Sancha con gran aplomo ante sus sentimientos, sin soltar lágrima ni llanto alguno se acercó a sus hijos y los bendijo.

“Yo os bendigo hijos míos, id en paz con Dios, que justa venganza recibiréis.”
Ante el asombro de los reunidos, les dijo con el corazón endurecido y con un valor encomiable ante los cuerpos yacentes de estos.

 “Disponed vosotros el entierro de mis adorables hijos, que yo junto aquellos que quieran acompañarme, me dispongo a partir esta misma noche tras los asesinos y hacer justicia.”
“¡Vos! –Dijeron algunos de los parientes-
“Mujer soy más, a falta de valor de los presentes, yo misma impartiré justicia y buenos dineros daré a aquellos que me acompañen.” -Respondió doña Sancha.-

Partió Doña Sancha hacia su señorío y allí logró reunir para su causa, hasta un total de veinte caballeros, entre familiares, allegados a la Orden de Cristo y siervos a su servicio, mas para protegerla y por justa venganza, que por los dineros ofrecidos.

Averiguaron que los Barcelos habían huido al interior de  Portugal y doña Sancha así les habló:
“Cuando atraviese esa puerta aquí se queda doña Sancha Rodríguez, la mujer, y con vosotros va vuestro capitán, y la primera en entablar batalla seré, que mas puede el corazón y la justicia que todos los hombres armados.”

Y vestida bajo una ligera armadura y con la espada de su hijo mayor, partió a caballo hacia tierras portuguesas.

Al cabo de varias semanas averiguó que el lugar donde se escondía los Barcelos era en una posada de la villa portuguesa de Viseu. Hacia allí se dirigieron raudos. Esperaron que anocheciera planeando la estrategia.


Llegada la noche al amparo de su oscuridad, se acercaron sigilosamente portando el vigón, al primer golpe las puertas sucumbieron, doña Sancha fue la primera en entrar espada en ristre, tras ella diez caballeros y los demás quedaron fuera protegiendo las puertas y ventanas de toda la posada, para que nadie entrara y nadie saliera, como se había acordado.

Los Barcelos que se dedicaban a la buena vida de mujeres y vino, no esperaban ser atacados y su sorpresa fue aun mayor al ver como Sancha Rodríguez Tareygo espada en mano capitaneaba aquellos caballeros, no daban crédito a tal imagen.

“No puede ser gritaban, no puede ser.”
“Hágase justicia, -gritó doña Sancha- aquí y ahora pagareis por vuestros crímenes.”
 La lucha fue encarnizada, y doña Sancha luchó con bravura y valor. Por fin la muerte le sobrevino a los hermanos Barcelos, mas no a manos de ella.

Justo al mes de sus asesinatos, la justicia prometida por doña Sancha a sus hijos yacentes se había cumplido.

“Justicia se ha hecho, mi señora, es hora ya de partir antes que los portugueses den cuenta de nuestros actos y apresarnos quieran.” -Dijo uno de los caballeros.-
“Aun no, -respondió enérgica doña Sancha- quiero sus cabezas.”
“¡Mi señora!” -Dijo extrañado uno de los caballeros-

 “Hacedlo, o yo mismo los decapitaré con mi espada.” -Replicó doña Sancha-
Hacha en mano, procedieron a cortar sus cabezas, que entregaron aun sangrantes a doña Sancha de Monroy, esta con gesto indiferente agarró ambas cabezas por los cabellos e impávida dijo:
“Ahora si se ha hecho justicia.”


Tras aquello, dejaron la posada y montando en sus cabalgaduras sin descanso, llegaron en día y medio a Baiona. Allí detuvo su caballo  doña Sancha y sin desmontarse de él, preguntó por el lugar donde fueron enterrados sus hijos y respondiéronle:
“Mi señora, tus hijos fueron enterrados en santa sepultura en la iglesia de Santiago, en la Villa de Suotomaior.”


Y sin mediar palabra ante el asombro de los caballeros, arreó a su caballo y partió hacia Suotomaior y depositando las cabezas de los Barcelos en sus sepulturas dijo:
“Hijos míos he aquí a vuestros asesinos, descasad ahora en paz.”

Y tras estas palabras se fue a su casa. Mando construir una fortaleza en Suotomaior con capilla interior, para posteriormente trasladar a sus hijos.

A los pocos años moría doña Sancha, a la cual llamaron Sancha Rodríguez de Tareygo " A Valente" (La Valerosa).

Su marido Fernán Pérez de Andrade se volvió a casar con Doña Constanza de Moscoso.

Esta fortaleza fue destruida por "a Irmandade Fusquenlla" o "Primeira Revolta Irmandiña". Y reconstruida por Pedro Álvarez de Sotomayor (Pedro Madruga), cuando Enrique IV de Castilla lo nombro conde de Soutomaior y Fornelos.