Jan 19, 2015

COIA o COYA , Leyenda del último templario.



Coya (oficialmente, en gallego, Coia) es una antigua parroquia del municipio gallego de Vigo integrada actualmente en el núcleo urbano de Vigo. En la actualidad es un barrio de la ciudad, uno de las más populosos, con más de 30.000 habitantes.

Historia:
Documentos de la época recogen los nombres de las seis encomiendas templarias que habia en Galicia: Faro, en las inmediaciones de A Coruña; Amoeiro, en la provincia de Ourense; Coia, próxima a Vigo y Canabal, San Fiz do Ermo y Neira, en la provincia de Lugo. Se sabe que existió una séptima encomienda en la villa de Betanzos, ya desaparecida por aquel entonces.  Pero, ¿cómo y cuándo se produjo el asentamiento de la Orden del Temple en el Reino de Galicia?.

Al fallecimiento del conde Gómez Núñez todas sus posesiones pasaron a la Corona, que, con el tiempo, les fueron cedidas o aforadas a los Templarios en el año 1200, quienes las ocuparon y mantuvieron en su poder, junto con sus ciudades, conventos, castillos y bailías (tenían una en Coia), haciendas y vasallos, hasta la forzada desaparición de su congregación en el 1309, en el que de nuevo pasaron al Estado durante el reinado de Fernando IV “El Emplazado”.

La Leyenda:
La situamos en la encomienda de Coia.

El caballero Guillelme da Torre era un  joven hidalgo que sentía correr por sus venas la sangre de los antiguos celtas y latir, bajo la férrea armadura que le cubría el pecho, un corazón nacido para la poesía y el amor. Como sus antecesores, soñaba en compartir los lauros del gay saber ( nombre dado a la poesía lírica en lengua de Oc y a sus juegos florales ); pero también le entusiasmaba la idea de poner el pie cerca de los muros de Jerusalén, para librar de profanación los venerables lugares.

Pero Guillelme se sentía con las fuerzas amortiguadas y con el alma enferma, desde que un día conoció a una joven, hidalga modesta, pero bellísima.

Una noche al resplandor de la luna, pudo el caballero cruzar una mirada y un suspiro con aquella joven, que le esperaba al pie de una cruz de piedra que se hallaba próxima al templo.

Rosalía – dijo él - , un abismo se interpone entre nosotros; no podremos unirnos jamás; porque yo seré templario.
¡ Tú templario! – exclamó ella, sintiendo asomar  a sus ojos lágrimas amarguísimas -  ¡ Ay, tal vez mi cadáver deje fuera del ataúd la mano de desposada, si es así, estréchala tú entonces; pero pronuncia también mi nombre antes de tu muerte!.
¡ Rosalía, Rosalía, te comprendo!. La flor de azahar tiene sus bodas de felicidad. Breve es el mundo; pero la siempreviva de los cementerios también tiene sus bodas de una amargura eterna.

Transcurrió el tiempo. Cierta tarde se acercaba un joven a las puertas de una abadía; mas, apenas puso el pie en los umbrales de esta, sintió que se le helaba el corazón, porque en el interior del templo varias voces entonaban un  De Profundis.

A pesar de todo, siguió adelante y vio en medio de la iglesia, sobre un túmulo rodeado de antorchas, el cadáver de una hermosa mujer que tenía una mano fuera del ataúd.
El joven templario se acercó a aquel cadáver, estrechó aquella mano, vertió unas lágrimas y se retiró, hondamente abatido.

Después buscó un apartado asilo para entregarse a la meditación y a la melancolía. Lo halló en un majestuoso monasterio, levantado sobre peñascos, no lejos de donde la corriente del rio Miño va a morir a las olas del mar.

Allí el sonido de las campanas llamando a la meditación se confundían con el bramido del mar en los días de tormenta.
Era aquella época en que el rey de Francia, Felipe IV, había arrojado a las hogueras las enseñas que aquellos cruzados habían levantado en las márgenes del Helespondo ( Antiguo estrecho de los Dardanelos ); los templarios, sin hogar ni altares, iban a abandonar en todas las naciones sus últimos baluartes y castillos.

Y cuentan que se oyó una noche tocar a rebato la campana del monasterio. Varios hombres armados comenzaron a degollar sin piedad a los monjes, que sufrieron el martirio con valor y resignación.

Treinta y cinco templarios dormían ya el sueño de la muerte. Empezaba a rayar el alba y sólo quedaba una víctima por sacrificar. Era un joven noble continente ( aire del semblante y actitud y compostura del cuerpo ); de cabellos rubios y ojos azules melancólicos.
Presentóse, pues a las puertas del convento en donde le esperaban sus verdugos con los aceros teñidos en sangre.

Aquí me teneis – dijo - ; soy el último templario.
Y poniendo una rodilla en tierra, levantó la mirada al cielo y exclamó:
¡Rosalía, Rosalía!.

Después sintiendo en sus carnes el filo de las espadas, exhaló el último suspiro.
Pocos años más tarde moría en las orillas del Miño un noble perteneciente a la ilustre familia de Bernaldo de Quirós, señor de todos aquellos contornos.
Y afirma la tradición que, para descargar tal vez la conciencia, ordeno que se escribiese esta cláusula en su testamento.