Aug 10, 2015

La Laguna de Doniños


Entre las colinas de Brión y Belón, en el ayuntamiento de Serantes, dícese que en tiempos muy antiguos había una pequeña ciudad llamada Doniños y que sus habitantes eran todos gentiles, esto es, paganos o idólatras, a excepción de dos, hombre y mujer, que tenían su humilde casucha un poco apartada de las demás, en una de las alturas próximas.

Y cuando el Apóstol Peregrino andaba por el mundo, cierto día llegó por allí y pidió alojamiento en donde le pareció que había más abundancia; también si querrían hacerle el favor de darle una taza de caldo.
Pero el dueño de la casa, llamándole vagabundo y pícaro despreciable, le respondió que procurase trabajar si quería comer; y que allí no tenía nada que hacer y que era mejor que siguiese su camino.

Intentó el Apóstol Peregrino llamar a otras puertas y, poco más o menos, siempre le daban la misma respuesta, si no le trataban aún peor.
Resignado, prosiguió su camino hasta que llegó a la cabaña de los dos cristianos.

-Pase, señor, pase – le dijeron allí cariñosamente, y le daremos de nuestra pobreza como hermanos que somos.

Comió el Apóstol en compañía de aquella buena gente y después se acostó sobre unas pajas, cerca el rescoldo del hogar, y se durmió. También los dos esposos se fueron a su humilde lecho; pero cuando al día siguiente se levantaron, vieron que el peregrino de la noche había desaparecido.
¡Dios le guie! –dijo el marido– Tal vez haya marchado muy temprano y no quiso molestarnos más.

Poco después de esto, Román, el labrador, unció los bueyes al carro y se fue camino de la ciudad para vender una carga de leña.

Pero cuando ya iba a entrar por la primera calle adelante, camino del mercado, oyó gritos que pedían socorro, y reconociendo la voz de su mujer, miró hacia atrás y vio que dos soldados corrían tras ella, que huía despavorida.

Román dejó el carro y corrió para defender a su mujer, que, sin verla, torció el camino y subió hacia el monte, siempre perseguida por aquellos soldados. El hombre apresuró aún más su carrera y, cuando ya iba alcanzándolos, ellos, dándose cuenta de su llegada, huyeron por otra vereda a su vez.

Román siguió entonces para reunirse con su mujer, sin lograr alcanzarla hasta llegar a su casa, quedando admirado al ver a su esposa asomada a la ventana, alegre y sonriente.
¿ Que es lo que ha sucedido? –le preguntó.

Pero aún no bien había dicho estas palabras, cuando oyeron un gran estruendo y el borbollar de las aguas como si el mar se volcara sobre la tierra. Los gritos de pavor estremecían. Atemorizados, marido y mujer, desde la puerta de su casucha, vieron que la ciudad de Doninos se sumergía inundada por un coloso torrente que, sin saber cómo, allí mismo había sido sumergida entre los peñascos que la cercaban.


Y es allí donde hoy existe la laguna de Doninos, por un castigo del Cielo para aquellos gentiles despiadados con nuestro Apóstol Peregrino.