As Catedrais : Es el nombre turístico de la Praia de Augas Santas, situada en el municipio de Ribadeo. Es interesante ver la playa con la marea alta recorriendo la parte superior de los acantilados en dirección oeste-este hacia la playa de Esteiro y verla con marea baja sobre la arena de la playa para poder apreciar la magnitud de los acantilados y la evolución de las distintas furnas o cuevas marinas en su formación desde pequeñas grietas hasta cuevas en las que acaba colapsando el techo por la acción erosiva del oleaje y el agua del mar.
Durante la marea baja puede accederse a un largo arenal delimitado por una pared rocosa de pizarra y esquisito erosionada en formas caprichosas: arcos de más de treinta metros de altura que recuerdan a arbotantes de una catedral, grutas de decenas de metros, pasillos de arena entre bloques de roca y otras curiosidades.
Con las "mareas vivas" en las que las
mareas bajan más y suben más que las mareas normales incluso se puede acceder a
las playas vecinas por la arena, aunque eso sí se debe tener precaución y
volver antes de que comience a subir la marea ya que el nivel del mar sube
rápidamente puesto que se trata de un tramo de costa prácticamente horizontal
perteneciente a la Rasa Cantábrica. La playa tiene
este relieve debido al efecto de la erosión del viento y del agua salada.
La Leyenda :
LA FLOR DEL AGUA DEL SOLSTICIO DE VERANO (LA LEYENDA DE LA MEIGA
Y LA MUERTE)
Hace
muchos años, una enfermedad asoló todas las orillas de mis dos mares y nadie
podía detenerla. Morían las personas a cientos y ninguna meiga podía frenar su
avance.
La meiga más sabia y
guapa de la comarca vivía en un viejo molino, en un lugar perdido en medio de una de las fragas mas
frondosas de la montaña más inaccesible y hasta allí acudió una joven madre guiada por su desesperación, con su bebe de
pocos meses infectado por la enfermedad.
Cuando
llegó a la vieja construcción de piedra la puerta estaba abierta. Dentro la
meiga parecía estar aguardándola y recogió en sus brazos al niño que ella le
entregó sin mediar palabra y de una esquina un saco lleno de arenilla de piedra lumbre.
Bajaron
juntas el camino hacia la playa. La
meiga le indicó a la madre que recogiera las cosas que ella iría reclamando a
lo largo del trayecto.
A un guerrero le pidió
que cortara con su espada una rama pequeña de roble y se la entregara. A otro,
una antorcha prendida.
Seguida
siempre por la mujer y con el bebe en brazos la meiga alcanzo el arenal.
Construyo
un círculo con piedras y cubrirlas con la piedra lumbre.
En
medio del círculo la meiga, sostenía con una mano al niño que agonizaba
apretado contra su pecho y en la otra la rama de roble. Con la mirada atenta vigilaba el camino del Norte. Sabía que por
ese camino tenía que llegar la muerte para llevarse al niño.
La
meiga arrimó la antorcha al punto del Sur. La piedra prendió y un círculo de
fuego la rodeo a ella y al pequeño que apenas respiraba.
Sin
dejar de mirar hacia el Norte, levanto la rama de roble y apunto con ella
hacia el lugar por donde esperaba ver aparecer a la muerte
La muerte acudió en
busca de su presa a los pocos minutos.
Reclamó
a la meiga que se lo entregara. La meiga la miro, sonrío y se negó, Sabia que
si pasaba la hora, si el plazo de entrega vencía.
Dicen
que la muerte no puede atravesar el fuego de un círculo y que la rama de roble
usada como arma defensiva paraliza su fuerza.
Enzarzadas
ambas en un desafío de palabras, amenazas y retos,
De
pronto, la muerte interrumpió su tono agresivo, bajo la voz y casi susurrando
pregunto:
¿Por
qué eres tan hermosa?
La
meiga no tardó en responder
“Porque
en cada amanecer del solsticio de verano voy a la fuente para mojar mi rostro
con la flor del agua- y casi sin pausa añadió- Puedo enseñarte cómo hacerlo”
“Podríamos
hacer un trato. No me está permitido, pero si tú te detienes. Si hasta el
día del solsticio descansas y no te llevas a nadie en ese tiempo, te enseñare
como debes recoger la flor de agua para ser hermosa”
Desde
siempre la muerte ha querido se amada, deseada, respetada y aceptada como la
druida. Y hermosa como ella.
Y
acepto.
Y
determinaron el lugar donde se encontrarían un poco antes de amanecer del día
del solsticio de verano.
La enfermedad
desapareció. Durante
el tiempo convenido nadie más enfermó ni murió.
Y
el día del solsticio la meiga acudió a su cita como había prometido.
Descubrió
que la muerte se había adelantado y paseaba de un lado a otro frente a la
fuente.
Al
llegar a su altura la inquietud se volvió impaciencia. Antes de que pudiera
preguntar nada la meiga se arrimo a la pileta de la fuente.
“La
Flor del agua es –explico mientras levantaba la vista vigilando el cielo- el
primer rayo de sol que se refleja en el agua. Has de ser muy rápida. Cuando
nace, tienes que recogerla entre las manos y la levantarla sin dudar hacia tu
cara.
Las
dos se colocaron una junto a la otra apenas separadas por unos centímetros.
El
sol apunto en el horizonte y sus primeros rayos alcanzaron la superficie del
estanque y se reflejaron en el cómo en un espejo maravilloso.
La
meiga sostuvo entre las palmas de sus manos la flor del agua y la levanto
rociándose la cara con ella. Su rostro se iluminó intensamente y la piel
adquiría la textura y la suavidad de una concha de nácar.
La muerte
a su lado intentaba una y otra vez hacer lo mismo, pero fue imposible. Por más
que lo intentó, no pudo recoger la luz entre sus oscuras manos.
La muerte
no pudo apresar la flor del agua, porque la flor del agua es luz y la muerte es
sombras y oscuridad.
No
tenía nada que reclamar. La meiga había
cumplido su parte del trato.