Feb 2, 2016

Froralba


Fue allá por el año 710, cuando la muerte del rey Vitiza, al ser elegido don Rodrigo contra los derechos de Akhila y, vencido este, ocupó el solio reinando en Galicia.

Pero Vitiza tenía un hijo, Ebam, que no solamente quiso castigar el crimen del usurpador, sino también obtener el reino, como legítimo heredero de su padre.
Y pensándolo así, montó a caballo y se dirigió al castillo de Sobroso, para pedir ayuda al muy poderoso señor Fiz de Sarmento, fiel amigo y partidario de su padre, que contaba con muchos y buenos caballeros de Galicia, de los más ricos y que disponían de huestes bien armadas y aguerridas.

La noche era oscura, y para aumentar las tinieblas, se abriéron los cielos y llovía a torrentes. Ebam tuvo que dejar al instinto de su caballo el buscar un buen camino, aún cuando la impaciencia le consumía.

Cuando las primeras luces de la alborada empezaron a clarear, el príncipe, desde la cumbre de una colina, echó una mirada en derredor para saber dónde se encontraba. Viendo a lo lejos las torres de un castillo; era, sí, el castillo de Sobroso, bien conocido para él; y, a pesar de estar empapado, respiró fuertemente y, picando espuelas al corcel, que dio un bote, salió al galope por la ladera abajo.

Pero el caballo iba muy cansado por el ya largo viaje de la noche y en vano fue que el caballero le hincase las espuelas cuando poco después iniciaba la subida de la cuesta del monte próximo; él suelo pedregoso y escurridizo por la lluvia abundantísima hacía resbalar al animal, que se arrodillaba y vacilaba muy a menudo, hasta que, al fin, cayó para no levantarse más.

Ebam abandonó el caballo y siguió el camino a pie, ansioso por llegar a la cima en que se alzaban los muros del castillo.

Pronto vio asomarse a las almenas algunas gentes. Sin duda, se habían apercibido de su llegada y querían ver quién era el que se dirigía al castillo
¡El príncipe Ebam! gritó, una vez llegado ante la puerta que todavía estaba cerrada, Decidle aI conde...

La puerta fue abierta en seguida y el conde en persona salió a darle la bienvenida con cariño y deferencia.

Ya en la sala principal del castillo, en la cual un mozo encendía fuego en la chimenea para que el señor príncipe pudiera calentarse y secar las ropas, y en tanto le presentaban una humeante taza de leche con miel, el conde le preguntó:

¿Cómo es que Vuestra Alteza viene solo y de tal guisa? ¿Qué es lo que ha traído a mi señor hasta este rincón de la tierca?
Vengo a pediros amparo y ayuda, conde. Un traidor, don Rodrigo, se ha alzado en armas; cogiendo por sorpresa a nuestro rey y dándole muerte, ocupó su lugar. Sé cuánto queríais a mi padre y cuál era vuestra lealtad para con él...
Contad conmigo y con mis leales, señor -respondió el conde.

Y al momento empezó a dar órdenes para enviar emisarios, lanzar llamadas a las armas y organizar él mismo las huestes.
Antes de marchar, el conde le dijo al príncipe:
-Señor; permaneced en el castillo en tanto yo voy a disponer nuestras fuerzas. Vos sois el dueño y señor de todos mis dominios y servidumbres.

Pero, cuando a los pocos días volvió el conde de Sobroso a su castillo, se encontró con que el príncipe Ebam había desaparecido. ¿Cómo? ¿Por qué?
Una cruel noticia vino a herir su espíritu y su corazón. Al partir, el príncipe Ebam había llevado consigo a doña Froralba, la hermosa mujer de aquel a quien había ido a pedir auxilio.

El de Sobroso pidió perdón a los amigos y caballeros de su casa por la molestia que les había causado, haciéndoles saber el motivo que le obligaba a suspender la acción que se había propuesto emprender. Después se encerró en la soledad de la torre, considerando aquella otra traición de la que él mismo había sido objeto.

¡Siempre la ambición gobernando a los hombres! -pensaba-. ¡Ambición de poder, ambición de riqueza, ambición de la mujer ajena! y estas ambiciones ruines dominan y avasallan a los pueblos. Matan, destruyen sin duelo, sin respeto a los derechos de los demás, sin estima de la propia dignidad...

Pasados algunos días, se vio a una mujer acongojada arrodillarse ante la puerta del castillo.
¿Quién es esa mujer? -preguntó el conde.
Es doña Froralba -respondiéndole-. ¡Infeliz, desdichada!
¿Viene Por arrepentimiento?
Viene porque ha sido abandonada por eI príncipe.
Si hubiera venido arrepentida, tal vez la recogiera; viniendo porque el príncipe la abandonó, no puedo hacer nada por ella.

Asi pasó Froralba todo el día, siempre arrodillada ante la puerta; siempre llorando sus pesares.

Con las primeras oscuridades de la noche, Froralba se irguió, aunque apenas podía sostenerse en pie; pero, apoyándose en los muros del castillo, va caminando alrededor de su antigua morada, llorando y llamando al conde su esposo. Pasada la media noche, Froralba sigue llorando, entre sollozos y congojas, arrastrándose al pie de los muros, porque ya no tiene fuerzas para caminar. Al rayar el alba aún se escuchan los débiles lamentos de la desgraciada. Después, nada: el silencio absoluto.

Cuando las puertas del castillo se abrieron al nuevo día, ya levantado el sol, fue recogido y enterrado silenciosamente el cadáver.


¡Ambición de poder, ambición de riqueza, ambición de la mujer ajena! y estas ambiciones ruines dominan y avasallan a los pueblos. Matan, destruyen sin duelo, sin respeto a los derechos de los demás, sin estima de la propia dignidad...