Feb 10, 2016

El Encanto del Monte de Castro




La leyenda que voy a relatar fue recogida por la dignísima y culta maestra nacional y notable escritora dona Dora Vázquez, a la cual se la ha referido una anciana de San Estevo de Larín (Arteixo). Es una variante de otras antiquísimas leyendas, tan extendidas por toda Galicia, de tipo eminentemente popular, que expresan la personalidad del pueblo céltico, espiritual y fantástico.

Dicen los más ancianos del lugar que un día, hace muchísimos años, vieron los aldeanos de estos pueblos cómo hacían aquí una capilla unos hombres altos y fuertes. Les llamaban gentiles pero quizá quisieran decir gigantes, porque también llaman así a esos hombres y mujeres de cartón que todavía salen en algunas romerías y fiestas de ciertas ciudades. Se decía que aquellos hombres tenían una fuerza condenada. Tiraban un martillo desde aquí y llegaba hasta la capilla de aquel otro monte que está enfrente de nosotros.

¿Ves allí una capilla blanca? Es la capilla de la Estrella, de Monteagudo. Casi al mismo tiempo que esta, apareció también aquella, y la otra de Soandres, que es la de Santa Marta. Esta queda tan alta, que para verla desde el suelo hay que levantar la cabeza como para mirar la alta chimenea de una fábrica.

Desde las tres capillas se domina el mar y los valles como se puedan ver desde un avión. Pero la de esta cumbre donde estamos hace muchísimo tiempo que desapareció, no sé si llevada por el viento o por el abandono de los labradores que no la han reparado. De ella deben ser estas piedras que se ven esparcidas por aquí. Las demás, ya sean las de aquellos pasados tiempos u otras alzadas en su lugar, existen.

No lejos de la desembocadura del río Landrove, al norte de Vivero y cerca de la aldea de San Juan de Covas, situado a la orilla del mar, altos, tristes y oscuros, varios peñascos que, cuando los rodean las nieblas como cendales movidos por la brisa, recuerdan los fantasmas pavorosos que dan cuerpo a leyendas y tradiciones de los pueblos celtas o de las tierras escandinavas. De esas tradiciones que tienen también acogida en el espíritu lírico y nostálgico de nuestras gentes gallegas.

Las rocas de toda aquella ribera del mar, besadas suavemente por las aguas en los días de calma y azotadas con furor por los oleajes tempestuosos que se quiebran con estruendo, deshaciéndose en espumantes resacas, están rotas y horadadas, constituyendo hondos abismos, cavernas y picos estremecedores.

En la parte de aquellos peñascales que cae sobre el mar, a gran altura por encima del nivel de las aguas, en una concavidad de la costa y en un lugar donde el pie no puede sostenerse, ni la mano halla una hendidura ni un saliente donde agarrarse, puede verse una roca con una abertura extraña, pues se trata de una curva, cuya boca de forma simétrica parece una gran ventana medio cubierta por los zarzales y malezas que allí fueron a nacer, enraizadas entre las pequeñísimas grietas de los riscosos escarpados. Aquella es la que las gentes llaman , o  .
 
Se dice que en aquella cueva está encantada por un rey moro una hermosísima doncella, blanca como una azucena y de cabellos rubios cual las hojas en el otoño; sus miradas lánguidas y tristes diríase que buscan en la profundidad de sus pensamientos las nostálgicas visiones de algún sueño de amor no logrado jamás, o el recuerdo de amarguras sufridas en tiempos muy remotos que hubiesen destruido ilusiones de una vida más placentera.

Bien sabido es que por una corrupción o mezcla debida al parecido de los móres (gigantes) y moros o mouros, y siendo estos más conocidos por las duras y encarnizadas luchas sostenidas contra los últimos en nuestra tierra, suele darse el nombre de mouros a los antiguos y mitológicos gigantes que, según creencia popular, habitaban en el interior de los montes. Gentiles, descreídos y hechiceros, son los causantes de tantos y tantos encantamientos y por ello se les conoce con el nombre de Encantos.

Pero hablemos de la doncella encantada en la cueva; esa infeliz doncella, bella y gentil, de cuerpo esbelto y gracioso. Quizá es una princesa, quizá es un hada. ¿Por qué fue encantada? ¿Por qué está presa en aquella cárcel de piedra inaccesible? Esto es 1o que nadie sabe, ni se sabrá nunca, porque la doncella de la cueva de los encantos no puede ser amada, no puede ser desencantada. Una vez, cierto hidalgo quiso intentar acercarse a ella, y apareció muerto, ahogado al pie de los acantilados y con la cabeza destrozada; tal vez hubiese caído cuando intentaba encaramarse por el peñascal.

Tampoco es fácil verla; porque suele aparecer sólo en la boca de la caverna, aquella ventana abierta a la vista de la gente, al alborear el día de San Juan, cuando sin casi haberse disipado todavía las nieblas de la noche, se oyen los primeros gorjeos de los pájaros.

En ese breve momento de los primeros rayos del sol naciente, puede contemplarse en aquella ventana abierta, por breves instantes, hermosa como el mismo amanecer, a la doncella peinando sus cabellos, sueltos como una madeja de oro, con un peine de rico metal brillante de reflejos, que no reluce tanto, sin embargo, como la misma belleza de aquella joven.

¡Cuántas veces las barcas de los pescadores se han detenido frente a las rocas para intentar ver en aquella única amanecida del año a la doncella que allí vive encerrada! ¡Cuántas veces algún joven y valiente pescador no trataría de trepar por los acantilados, intentando llegar hasta la boca de la cueva para descubrir el secreto de aquella aparición; pretendiendo desencantar a la hermosa doncella como una maravillosa hazaña que quizá le valiese la felicidad de toda su vida futura!


Pero hay también un romance, “La Doncella Encantada”, que se refiere al mismo encanto de la ribera del mar en la ría de Vivero; pero en é1 se habla de “Nove fadas que a sirven” y se cita también “Aquel galán garrido e feromoso coma un sol, que ten de saír das augas ao cantar do rousinol”.