Redondela: Es un municipio y
una villa, situados en la provincia de Pontevedra, Galicia, en la comarca y
área metropolitana de Vigo.
El
extremo Oeste del
municipio bordea la Ría de Vigo y el
municipio de Vigo. Por el Sur, Redondela limita con el municipio de Vigo, por el Este
con los municipios de Mos y Pazos de
Borbén y por el Norte con Sotomayor.
La marca característica de la villa es
su cielo presidido por dos grandes viaductos
ferroviarios construidos en el siglo XIX: el Viaducto de Madrid y el Viaducto
de Pontevedra. Desde
1978 ambos están catalogados como Bien de Interés Cultural. Su estampa
tradicional ha motivado que Redondela sea conocida como la "Villa de los Viaductos".
Existen diversos grabados ruprestes: Grabado Rupestre Coto Do Corno, Grabado
Rupestre Monte Do Castro, Grabado Rupestre Monte Da Peneda, , Grabado Rupestre
Nogueira
Fiestas y festivales
Festa
dos Maios : Los maios
(proviene de Maio, en gallego el mes de mayo)
es una fiesta popular gallega que forma parte del llamado Ciclo
do Maio, época de
exaltación de la naturaleza al comienzo de la primavera.
Teatrarte
- Ciclo Nacional de
Teatro (de mediados de febrero a mediados de abril).
Festival
Internacional de Títeres de Redondela
- De finales de mayo a principios de junio.
Festa
do Choco - 2º fin de
semana de mayo.
*** Festa da
Coca - Principios de junio. (Leyenda
que cuento hoy)
Entroido
:Carnavales.
Entroido
de Verán - Carnaval
de verano, finales de agosto.
LA LEYENDA DE LA "COCA DE REDONDELA"
La villa de Redondela, es una población de gran antigüedad; todavía en el siglo XIV superaba por su riqueza e
industria a la que, hoy gran ciudad, da nombre a la magnifica ria, puesto que
entonces la llamaban “ Vigo de Redondela”, porque los naturales de esta
villa eran los únicos pescadores que allí realizaban sus faenas y tenían unas
pequeñas casuchas o chozas en un lugar llamado Landeira, situado en una parte de lo que ocupa Vigo, para
refugiarse allí cuando los temporales impedían la pesca.
Vivían tranquilas y felices aquellas
gentes con sus trabajos y sus alegrías de los días de fiesta. Hasta que un día, día terrible de
espanto y de dolor, un animal extraño y monstruoso, con cuerpo de
dragón terminado en una enorme cola como de una gran serpiente, con enormes
alas semejantes a las de un murciélago colosal, fuertes garras en sus cuatro
fornidas patas y una cabeza en la cual relucían como ascuas unos ojos
terribles, abriéndose en la parte interior una boca de mandíbulas enormes
armadas de fuertes y aguzados dientes, surgió de las embravecidas olas del
mar y, avanzando a grandes saltos por la playa y continuando por tierra firme
hasta la plaza, en pocos minutos devoró a dos muchacha sin que nadie pudiera
impedirlo. Y se volvió al mar.
Pero lo más grave fue que aquel
terrible ser que parecía surgir del mismo infierno repitió su incursión una y otra vez, llevándose siempre, como si
previamente las eligiera, a las chicas más hermosas de la villa.
Entonces
en una gran reunión de todo el vecindario, se decidió seleccionar los más fuertes y valientes hombres de la
villa, armarlos con
espadas recias y bien templadas y acometer, a la vez, todos juntos al dragón
asesino.
Varios días dedicaron los veinticuatro
robustos y osados hombres que se aprestaron a combatir, aun exponiendo su vida,
ejercitándose en el manejo de las espadas y en ejecutar ágiles movimientos para
rehuir el cuerpo a las acometidas de la fiera. La campana de la ermita del
pueblo tuvo siempre un vigía para dar la señal de la aparición del monstruo, y así fue como el próximo intento del dragón,
la coca o tarasca, fue también el último; porque, acosado el animal por todos
lados a la vez, pinchándole o cortándole
por dondequiera, cegándolo y clavándole los aceros en la misma boca,
lograron por fin darle muerte.
Una gran procesión se formó por toda
la gente del pueblo, alborozada ante la hazaña de sus hombres, y la bestia
muerta fue arrastrada hasta su plaza, donde los valientes luchadores en torno
su cadáver iniciaron su primer baile de las espadas; y las jóvenes más
hermosas, levantando sobre sus hombros a las niñas que tenían a su alcance, las
hacían danzar en alto, creando así las penlas,
que en años sucesivos, conmemorando la hazaña, habrían de repetirse en las
fiestas más solemnes, como triunfo de la vida sobre las asechanzas de la
muerte, o la victoria del esfuerzo colectivo contra el poder destructor del
egoísmo feroz e insaciable del mal.
Desde entonces las gentes de la villa y los forasteros que a
ella acuden pueden disfrutar de esta manifestación etnográfica tan curiosa.