Aquellas
cristianas gentes guardaron con interés la imagen de la Virgen que Dios les
había ofrecido -pues hay razones
bastantes para creerlo así- y, más adelante, quisieron ponerla, para su
mayor gloria y alabanza, en el mismo lugar en donde la habían hallado, sobre el
portal que todavía hoy existe.
Para
perdurable recuerdo de tan famoso hallazgo, pusieron al monasterio el nombre de
Santa María de Belvís.
Y
quiso Dios que la devoción santiaguesa posara sus miradas en aquella santa
imagen y fuese a buscar a su lado el remedio para sus aflicciones y la
tranquilidad para su espíritu.
La
Santísima Virgen prestó consuelo a los corazones huérfanos, tuvo bálsamos para
las heridas de los enfermos, fue con frecuencia cobijo de todas las desgracias
y su bondad se derramó acariciadora y caritativa, sobre las almas devotas.
La
fama de la Virgen de Belvís se fue
extendiendo por toda la ciudad y era mucha la gente que iba a postrarse a sus
plantas, ansiosa de sus favores.

Corrió
esta noticia por el pueblo y la devoción a la Virgen aumentó de tal manera, que
bien pudiera decirse que todos los santiagueses la llevaban enraizada en el
secreto de su corazón: y todos acudían a Ella pidiendo salud para el cuerpo y
consuelo para sus espíritus.

Y
el huerto del convento se veía continuamente lleno por las gentes devotas
compostelanas, que iban a postrarse ante la imagen divina para ofrecerle sus
creaciones como pago de un bien recibido o para solicitar un nuevo favor. Llegó
a ser tan grande la popularidad de aquella imagen, que las buenas monjas,
atentas a la mayor gloria de su querida Virgen, creyendo que el pequeño recinto
del portal donde estaba no era el más apropiado, acordaron trasladarla a la
iglesia del monasterio; y así lo hicieron, con la solemnidad que merecía por
sus milagros y la cantidad de sus fieles.
Pero
al día siguiente, cuando fueron a abrir la iglesia, Ia santa imagen de la
Virgen había desaparecido del altar en donde la colocaran y se hallaba
nuevamente en el portalito, como si prefiriese la sencilla pobreza del huerto a
la solemne suntuosidad de la morada de Dios.
Volvieron
de nuevo a llevarla a la iglesia, y otra vez volvió a aparecer prodigiosamente
en el lugar que ella prefería: en su portal, bajo el dosel del cielo,
acariciada por la débil claridad de las estrellas de la noche, radiante de luz y
de bondad cuando los rayos del sol la cubrían como un manto de espejeantes
caricias.

Esta es la advocación y origen de la Virgen del Portal.
Pero
en el año 1.693, después de trescientos ochenta y uno que llevaba venerándose
en el portal, los santiagueses quisieron pagar de alguna manera la deuda de
gratitud que le debían y la ciudad entera la aclamó como Virgen milagrosa; y ya
que las necesidades del culto lo requerían, la Santísima Virgen consintió esta
vez en que la llevaran de su querido portalito a la capilla que junto a la
iglesia del monasterio le erigieron, construida exclusivamente con las limosnas
aportadas por los devotos.