Aquella semana que pasó
el rey Pedro I en Compostela
mientras se ultimaban los preparativos para trasladarse a Bayonne, en busca del apoyo inglés para su causa no se limitó a
otorgar títulos, también indujo a la comisión de un horrible crimen que, años
más tarde, sería transformado en leyenda, como suele suceder.
Regía en este tiempo, la
sede catedralicia de Santiago, el arzobispo
Suero Gómez, que con sus 30 años de
edad fue uno de los prelados más jóvenes que la hayan gobernado. Cuando el
rey llegó a las puertas de la ciudad, D.
Suero Gómez salió a recibirlo con doscientos hombres a caballo,
retirándose, al acabar, a su residencia en el castillo da Rocha Forte, mientras que el rey se alojaba en San Martiño Pinario. Allí celebró consejo con Fernando de Castro, Suero Yáñez de Parada, Mateo Fernández y Juan
Dente, para tratar la manera de frenar a los afines a la causa de Enrique en Galicia, entre los que se encontraba Suero Gómez. Algunos hablaban de
encarcelarlo, pero la mayoría prefería la opción de eliminarlo, decisión que
finalmente fue adoptada, encargando tal tarea a Fernan Pérez Churruchao y Alonso Gómez Gallinato. Y para perpetrar
tal acto citaron al arzobispo el día 25 del mes, que acudió acompañado del deán de la catedral Pedro Álvarez.
La elección de estos dos
personajes no está muy clara, junto con su amistad por el monarca había un sentimiento de venganza en la
familia Deza-Churruchao, a la que ambos pertenecían, contra las cabezas
eclesiásticas que gobernaban la ciudad, que se remontaba a 1317, año en el que otro asesinato había
conmocionado la ciudad prisciliana cuando la enemistad entre el pueblo y Alonso Suárez de Deza y el nuevo arzobispo Berenguel de Landoira se
saldó con el asesinato del primero entre las murallas del castillo de la Rocha Forte.
En aquellos tiempos no existía la plaza del Obradoiro, sino
que delante de la catedral se erguían un montón de chabolas con huertos que
solían dar posada a los peregrinos que de toda Europa llegaban; en una de ellas
se escondieron los dos sicarios y, en cuanto cruzó el prelado, lo acuchillaron sin piedad hasta la muerte,
mientras el rey Pedro observaba, impasible, los hechos, desde las torres de la
catedral. El deán, perseguido por
Gómez Gallinato, logró esconderse en la catedral, pero fue acuchillado delante
del altar mayor. Aunque los dos asesinos fueron excomulgados, aprovecharon
para huir hacia Ponte Ucha entre el
clamor popular mientras se daba sepultura al arzobispo en el Claustro Novo.
Sea como fuere, esta
negra historia conocida en la ciudad compostelana, acabó derivando en leyendas
sobre el crimen de la
Balconada, que tras haber sucedido fue limpiada con sal y cerrada, aunque tal calle
jamás existió. Se contó que en una ocasión un noble había solicitado audiencia
ante el rey reclamando justicia contra un obispo enamorado de su hermana que
mantenía cautivo al padre de los dos hermanos; la respuesta del rey fue clara: “mátalo allí donde lo encuentres”. El
día de Santiago lo encontró en la calle de la Balconada y allí lo mató. Toda Compostela quedó conmocionada con el
crimen, cerrando casas e iglesias, teniendo que desplazarse los feligreses al vecino pueblo de Conxo para escuchar
misa, derivando de esta leyenda el dicho “Vaiche na misa de Conxo” para referirse a una pérdida de tiempo,
tal y como lo tenían que perder aquellos que entre ir y volver andando hasta
allí les pasaba el día.
Dando lugar a las
tonadillas:
“Adeus
rúa Nova fermosa, na rúa da Balconada mataron a un arcebispo e foi por una
madama”.
“Preto
da rúa do Villar, na rúa da Balconada, mataron al arcebispo, por celos de una
madama”