Siendo
califa de Córdoba Al Nasir, más
amigo de la paz que de la guerra, quiso emplear una gran cantidad de dinero
para rescatar los cautivos moros de Andalucía
que pudieran tener los cristianos, y envió emisarios con tal objeto que, al
mismo tiempo deberían procurar el sostenimiento de buenas relaciones en lo
sucesivo.
Esos
emisarios no hallaron prisioneros que pudieran ser rescatados, pero consiguieron que las relaciones con los mahometanos conocieran una etapa de
tolerancia y buena voluntad.
Ramiro II, tenía su corte en León, que era entonces la capital por
aquellos tiempos en que Galicia
comprendía buena parte de Asturias, León,
Zanora y parte de Portugal, le gustaba pasar algunas temporadas en el
castillo de Salvatierra de Miño; y
allí fue donde recibió la embajada de Al
Nasir, en la cual venía el general moro Abelcadan.
Este
Abelcadan, hombre gentil y amable
que había llevado a la reina, esposa de don Ramiro, un rico presente de magníficas joyas, dejó grato recuerdo
en el paracio real. Pero, viéndose obligado el rey Ramiro a salir, cuando volvió se encontró con la sorpresa de que su
mujer no estaba en el castillo, porque la había llevado consigo el general moro.
Don Ramiro se encolerizó ante
aquel hecho y se propuso castigarlo como merecía. Mandó llamar a su hijo Ordoño y reunió un pequeño ejército
que embarco en dos naves bien armadas y tomaron rumbo a Porto Cale.
Cuando
las naves llegaron a Foz, a la
entrada del río, hizo cubrirlas con paños, y algunas grandes ramas de árboles
para que no se notara que eran barcos de guerra. y después que las naves
anclaron, el rey se vistió como moro y ocultó por bajo de las ropas su espada y
el cuerno de señales y dijo a su hijo, habiendo hablado también con sus hombres
de armas que cuando oyeran su cuerno todos le acudiesen; y que, entretanto
fuesen subiendo silenciosamente por entre el arbolado que cubría el monte en
cuya cima se erguía el castillo, y que estuviesen alerta por si fuese necesaria
la lucha.
Don Ramiro desembarcó solo y
fue a ocultarse cerca de una fuente que había cerca del castillo.
Una
doncella que servía a la reina, se acercó a la fuente para coger un jarro de
agua; y el rey Ramiro se levantó y
fue a preguntarle si era ella del castillo de Abelcadan.
-Sí, soy -respondió ella.
-¿Y estará el general en su morada?
-En este momento no
está; pero creo que no tardará en venir.
Entonces don
Ramiro rogó a la muchacha que le dejara
beber en el jarro. Y la doncella se lo ofreció; pero don Ramiro mientras bebía, echó dentro del
jarro la mitad de un anillo que había partido con su mujer, sin que la
sirviente se diese cuenta.
Y
cuando la esposa del rey fue a echarse agua en las manos, vio asombrada aquella
mitad del anillo que conocía y supuso que había sido el rey quien allí lo había
metido.
Llamó
entonces a la doncella y le preguntó:
-Hoy te has retrasado mucho en la fuenie, con quien has
estado?
-Señora, no he estado con nadie
-¿Pues no has hablado con alguien? Dime la verdad que es
cosa que me interesa mucho; si eres fiel, he de hacerte un buen regalo.
Entonces
la muchacha le dijo:
-Señora, es cierto. Encontré allí un moro que me pidió
que le diera de beber, y bebió en el jarro. Y nada más.
-Pues ve a ver si todavía está allí ese moro, y si le
ves, dile….no; que venga contigo aquí, que quiero hablar con él.
Volvió
a la fuente y halló al moro, que estaba allí cerca, sentado junto a una peña. Y
le dijo ella que la señora le quería hablar y que fuese con ella al castillo.
Don Ramiro se levantó y la
siguió y, cuando llegaron al palacio, la reina le conoció en seguida; pero
luego que el rey Ramiro estuvo a su
lado, sin dar muestra alguna de alegría, ni menos de amor, le preguntó:
-¿Cómo has sabido que estaba aquí? ¿Quién te ha traído?
-Tu amor -respondió él.
-¿No tienes miedo de
venir ti solo? ¡Vienes a morir!
-Todos tenemos que morir algún día -dijo el rey.
Luego
la reina llamó a la doncella y le ordenó que condujera a aquel hombre a una
cámara; pero encargándole que no le diera nada de comer ni de beber. Pero la
doncella, apiadándose de él, le llevó alguna cosa de comer y beber.
Y
cuando llegó Abelcadan, le sirviéron
la comida a éI y a la esposa de don Ramiro;
y mientras comían, ella le díjo a su amante:
-Oh, amor mío, esta noche tuve un sueño extraño: soñé que
el rey Ramiro, mi esposo, estaba aquí. Si tú le tuvieras en este castillo, ¿qué
le harías?
-Yo le haría lo que él me haría a mí si me tuviera en sus
manos: Le daría la muerte.
Entonces
la reina llamó a la doncella y le ordenó que llevara a su presencia aquel moro
que estaba cerrado en la cámara, según ella le había dicho; y fue la doncella y
trajo al rey Ramiro. Y Abelcadan preguntó a este:
-¿Eres tú el rey Ramiro?
-Sí, soy el rey Ramiro.
-¿Y qué has venido a hacer aquí?
-Vengo
en busca de mi mujer, que tú has traído contigo traidoramente, aprovechando mi
estancia en León, porque te has
presentado en mi palacio como emisario de Al
Nasir, para tratar de paz y de tregua, y así has sido tratado; y yo me he
confiado en ti.
Pero,
Abelcadan, sin otra cosa, le dijo:
-Pues has venido a morir; pero me gustaría saber qué
clase de muerte me darías a mí si me tuvieras en Salvatierra, como yo te tengo
aquí ahora.
A
lo que respondió don Ramiro:
-Yo te daría un capón asado y una torta dulce, y también
te daría una copa bien llena de vino para que bebieses; después abriría todas
las puertas de mi castillo y llamaria a todas las gentes para que vinieran a
ver cómo morías ; y tú subirías a lo alto de la torre y junto a las almenas
soplarías en el cuerno hasta que cayeras muerto sin aliento para nada más.
-Pues esa muerte voy a darte yo -dijo el jefe moro.
Y
ordenó que se abrieran todas las puertas del castillo y que entraran en los
patios todos cuantos quisieran ver la muerte del rey Ramiro. E hizo subir a este hasta lo alto de la torre y que le
dieran de comer y de beber como él había dicho, y después el rey Ramiro, al pie de las almenas, empezó a
soplar en su cuerno, llamando a su gente para que le acudiesen.
Cuando
el hijo y sus gentes de armas oyeron el cuerno, corrieron al castillo y,
cogiendo a los moros desarmados, hicieron en ellos gran mortandad. El rey don Ramiro descendió de la torre con su
espada en la mano y, encontrando en su camino a Abelcadan, de un fuerte tajo lo degolló; y en seguida, poniéndose
al frente de los suyos, corrieron toda la villa de Gaia, no quedando un moro vivo de cuantos allí se hallaban, y
derribaron el castillo sin dejar piedra sobre piedra
Después
el rey cogió a su mujer y a todas sus doncellas y las riquezas que allí pudo
hallar y se fueron todos para las naves que tenían ancladas en el río Duero.
E
hicieron a bordo una gran fiesta; y luego, como don Ramiro estaba muy cansado, quiso acostarse un poco y apoyo la
cabeza en el regazo de la reina. Y la reina, cuando él se adormeció, se echó a
llorar; y sus lágrimas le caian al rey Ramiro
sobre el rostro y le despertaron. Y al ver que su mujer lloraba tanto, le
preguntó por qué lloraba.
-Lloro -dijo ella- por el buen moro que has matado.
El hijo del rey,
Ordoño,que
estaba cerca de su padre, al oír aquellas palabras, exclamó:
-Padre, tenemos el diablo a bordo de la nave y no debemos
llevarlo con nosotros.
Entonces
el rey don Ramiro tomó una gran
piedra que había en la nao y, amarrándola con una cuerda al cuello de su mujer
hizo que la tirasen al agua.
Una
vez llegados a Salvatierra, el rey
don Ramiro reunió a toda su corte y
contó cuanto le había sucedido; y después bautizó a la doncella que le había
atendido cuando fue en busca de su desleal esposa y le puso de nombre Aldart, y se casó con ella.