Jul 15, 2016

Leyenda del Rey Ramiro

 

Siendo califa de Córdoba Al Nasir, más amigo de la paz que de la guerra, quiso emplear una gran cantidad de dinero para rescatar los cautivos moros de Andalucía que pudieran tener los cristianos, y envió emisarios con tal objeto que, al mismo tiempo deberían procurar el sostenimiento de buenas relaciones en lo sucesivo.
Esos emisarios no hallaron prisioneros que pudieran ser rescatados, pero consiguieron que las relaciones con los mahometanos conocieran una etapa de tolerancia y buena voluntad.

Ramiro II, tenía su corte en León, que era entonces la capital por aquellos tiempos en que Galicia comprendía buena parte de Asturias, León, Zanora y parte de Portugal, le gustaba pasar algunas temporadas en el castillo de Salvatierra de Miño; y allí fue donde recibió la embajada de Al Nasir, en la cual venía el general moro Abelcadan.

Este Abelcadan, hombre gentil y amable que había llevado a la reina, esposa de don Ramiro, un rico presente de magníficas joyas, dejó grato recuerdo en el paracio real. Pero, viéndose obligado el rey Ramiro a salir, cuando volvió se encontró con la sorpresa de que su mujer no estaba en el castillo, porque la había llevado consigo el general moro.

Don Ramiro se encolerizó ante aquel hecho y se propuso castigarlo como merecía. Mandó llamar a su hijo Ordoño y reunió un pequeño ejército que embarco en dos naves bien armadas y tomaron rumbo a Porto Cale.
Cuando las naves llegaron a Foz, a la entrada del río, hizo cubrirlas con paños, y algunas grandes ramas de árboles para que no se notara que eran barcos de guerra. y después que las naves anclaron, el rey se vistió como moro y ocultó por bajo de las ropas su espada y el cuerno de señales y dijo a su hijo, habiendo hablado también con sus hombres de armas que cuando oyeran su cuerno todos le acudiesen; y que, entretanto fuesen subiendo silenciosamente por entre el arbolado que cubría el monte en cuya cima se erguía el castillo, y que estuviesen alerta por si fuese necesaria la lucha.

Don Ramiro desembarcó solo y fue a ocultarse cerca de una fuente que había cerca del castillo.
Una doncella que servía a la reina, se acercó a la fuente para coger un jarro de agua; y el rey Ramiro se levantó y fue a preguntarle si era ella del castillo de Abelcadan.

-Sí, soy -respondió ella.
-¿Y estará el general en su morada?
-En este momento no está; pero creo que no tardará en venir.
 Entonces don Ramiro rogó a la muchacha que le dejara  beber en el jarro. Y la doncella se lo ofreció; pero don Ramiro mientras bebía, echó dentro del jarro la mitad de un anillo que había partido con su mujer, sin que la sirviente se diese cuenta.

Y cuando la esposa del rey fue a echarse agua en las manos, vio asombrada aquella mitad del anillo que conocía y supuso que había sido el rey quien allí lo había metido.
Llamó entonces a la doncella y le preguntó:
-Hoy te has retrasado mucho en la fuenie, con quien has estado?
-Señora, no he estado con nadie
-¿Pues no has hablado con alguien? Dime la verdad que es cosa que me interesa mucho; si eres fiel, he de hacerte un buen regalo.

Entonces la muchacha le dijo:
-Señora, es cierto. Encontré allí un moro que me pidió que le diera de beber, y bebió en el jarro. Y nada más.
-Pues ve a ver si todavía está allí ese moro, y si le ves, dile….no; que venga contigo aquí, que quiero hablar con él.
Volvió a la fuente y halló al moro, que estaba allí cerca, sentado junto a una peña. Y le dijo ella que la señora le quería hablar y que fuese con ella al castillo.
Don Ramiro se levantó y la siguió y, cuando llegaron al palacio, la reina le conoció en seguida; pero luego que el rey Ramiro estuvo a su lado, sin dar muestra alguna de alegría, ni menos de amor, le preguntó:
-¿Cómo has sabido que estaba aquí? ¿Quién te ha traído?
-Tu amor -respondió él.
-¿No tienes miedo de venir ti solo? ¡Vienes a morir!
-Todos tenemos que morir algún día -dijo el rey.

Luego la reina llamó a la doncella y le ordenó que condujera a aquel hombre a una cámara; pero encargándole que no le diera nada de comer ni de beber. Pero la doncella, apiadándose de él, le llevó alguna cosa de comer y beber.

Y cuando llegó Abelcadan, le sirviéron la comida a éI y a la esposa de don Ramiro; y mientras comían, ella le díjo a su amante:
-Oh, amor mío, esta noche tuve un sueño extraño: soñé que el rey Ramiro, mi esposo, estaba aquí. Si tú le tuvieras en este castillo, ¿qué le harías?
-Yo le haría lo que él me haría a mí si me tuviera en sus manos: Le daría la muerte.
Entonces la reina llamó a la doncella y le ordenó que llevara a su presencia aquel moro que estaba cerrado en la cámara, según ella le había dicho; y fue la doncella y trajo al rey Ramiro. Y Abelcadan preguntó a este:
-¿Eres tú el rey Ramiro?
-Sí, soy el rey Ramiro.
-¿Y qué has venido a hacer aquí?
-Vengo en busca de mi mujer, que tú has traído contigo traidoramente, aprovechando mi estancia en León, porque te has presentado en mi palacio como emisario de Al Nasir, para tratar de paz y de tregua, y así has sido tratado; y yo me he confiado en ti.

Pero, Abelcadan, sin otra cosa, le dijo:
-Pues has venido a morir; pero me gustaría saber qué clase de muerte me darías a mí si me tuvieras en Salvatierra, como yo te tengo aquí ahora.
A lo que respondió don Ramiro:
-Yo te daría un capón asado y una torta dulce, y también te daría una copa bien llena de vino para que bebieses; después abriría todas las puertas de mi castillo y llamaria a todas las gentes para que vinieran a ver cómo morías ; y tú subirías a lo alto de la torre y junto a las almenas soplarías en el cuerno hasta que cayeras muerto sin aliento para nada más.
-Pues esa muerte voy a darte yo -dijo el jefe moro.

Y ordenó que se abrieran todas las puertas del castillo y que entraran en los patios todos cuantos quisieran ver la muerte del rey Ramiro. E hizo subir a este hasta lo alto de la torre y que le dieran de comer y de beber como él había dicho, y después el rey Ramiro, al pie de las almenas, empezó a soplar en su cuerno, llamando a su gente para que le acudiesen.

Cuando el hijo y sus gentes de armas oyeron el cuerno, corrieron al castillo y, cogiendo a los moros desarmados, hicieron en ellos gran mortandad. El rey don Ramiro descendió de la torre con su espada en la mano y, encontrando en su camino a Abelcadan, de un fuerte tajo lo degolló; y en seguida, poniéndose al frente de los suyos, corrieron toda la villa de Gaia, no quedando un moro vivo de cuantos allí se hallaban, y derribaron el castillo sin dejar piedra sobre piedra

Después el rey cogió a su mujer y a todas sus doncellas y las riquezas que allí pudo hallar y se fueron todos para las naves que tenían ancladas en el río Duero.

E hicieron a bordo una gran fiesta; y luego, como don Ramiro estaba muy cansado, quiso acostarse un poco y apoyo la cabeza en el regazo de la reina. Y la reina, cuando él se adormeció, se echó a llorar; y sus lágrimas le caian al rey Ramiro sobre el rostro y le despertaron. Y al ver que su mujer lloraba tanto, le preguntó por qué lloraba.
-Lloro -dijo ella- por el buen moro que has matado.
El hijo del rey, Ordoño,que estaba cerca de su padre, al oír aquellas palabras, exclamó:
-Padre, tenemos el diablo a bordo de la nave y no debemos llevarlo con nosotros.

Entonces el rey don Ramiro tomó una gran piedra que había en la nao y, amarrándola con una cuerda al cuello de su mujer hizo que la tirasen al agua.

Una vez llegados a Salvatierra, el rey don Ramiro reunió a toda su corte y contó cuanto le había sucedido; y después bautizó a la doncella que le había atendido cuando fue en busca de su desleal esposa y le puso de nombre Aldart, y se casó con ella.