
La dama, señora o
hada encantada aparecía algunas veces a la vista de los hombres que iban por el
monte antes de rayar el sol; pero tampoco nadie se le acercó jamás, porque como
era cosa de encantamiento, sentían cierto recelo; así que huían de ella.

Entonces, el
padre dijo al muchacho que volviera al monte y le diera el cordero a aquella
señora, no fuera que tomara a mal que se lo negase y después perdieran todo el
rebaño o les viniese alguna otra desgracia.
El pequeño volvió
entonces al monte; pero cuando llegó, ni vio las ovejas ni vio a la señora. Se
echó a llorar; se dedicó luego a registrar todo el monte a ver si encontraba
las ovejas y gritaba llamándolas. Después de mucho buscar, como no las
encontraba, cuando se iba ya para casa, de pronto, vio delante de sí mismo al
hada, que llevaba sus ovejas y esta dirigiéndose a é1, le dijo:
Non teñas medo
pol-as ovellas, que eu chas guardaréi; mas, vas ire outra vez â tua casa e
dislle a teu pai que veña, que teño de lle falar.
(No tengas miedo
por las ovejas, que yo te las guardaré; pero, ve otra vez a tu casa y dile a tu
padre que venga, que tengo que hablarle. )

Pero la señora,
cuando lo vio, le dijo que se acercara a ella sin temor alguno, que nada malo
había de pasarle, sino que, por el contrario, si guardaba el secreto de lo que
ella iba a decirle e hiciera lo que le ordenase, tendría muchos bienes y
venturas.
El caso fue que
desde entonces el hombre se hizo rico en poco tiempo, pues su hacienda
aumentaba y las cosechas le producían unos rendimientos muy superiores a los de
todos los demás. Se decía, que el hombre aquel era quien llevaba al monte das
croas todo cuanto precisaba la señora encantada para su sustento, aun cuando él
nada decía, ni cosa alguna respondía si le preguntaban algo que con ello se
relacionase.

Cuando marcho el hada, la mujer preguntó a su
marido cómo aquella señora había ido hasta allí y qué le había hecho para que
se encontrara tan mejorado; pero él no quiso decirle nada acerca de esto. Pero
tanto y tanto porfió la mujer, que al fin le contó cuanto había sucedido desde
que la vio en el monte, así como los remedios que le aplicó con unas hierbas
que había traído.
¡Desgraciado! Se dijo que tal vez por hablar
de más quebrantando el secreto, al día siguiente apareció muerto; y parece ser
que tenía todo el cuerpo como si hubieran estado apaleándole, lleno de
magulladuras y cardenales.
Los secretos si no los guardas, traicionas al
que te lo cuenta.