Los cancioneros galaicos de los siglos
XII al XVII, que son una muestra indiscutible de la cultura de Galicia en
aquella época, como reconoce el marqués
de Santillana en su carta al condestable de Portugal, nos han legado
numerosos poetas. Entre ellos figura el de <>, llamado así por su trágica muerte, causada por el
apasionado amor que profesaba a una dama a la cual dirigía sus poemas.
Y esta es, precisamente, la leyenda
que hoy os ofrezco. Macías era un
joven doncel gallego que pertenecía a la casa del maestre de la Orden de Santiago don Fernan Perez de Andrade,
el cual lo tenía en gran estima, porque, además de un buen muchacho, era poeta;
y don Fernan sentía pasión por las
bellas letras.
El joven Macías, de corazón ardiente y de romántico carácter se enamoró de
una señora, Elvira, que servía a su
señor, y a la cual dedicaba tiernas cantigas, siendo estos amores llevados en
gran secreto por deseo de la dama. Pero aconteció que, en una ausencia del
enamorado Macías, el maestre de la Orden de Santiago determinó casar a
doña Elvira con un hidalgo a quien
le gustaba grandemente la joven. Y el casamiento se llevó a cabo, no sabemos si
con disgusto de doña Elvira o con su
complacencia.
Cuando a su regreso se enteró Macías del acontecimiento, sintió el
dolor de aquel desengaño como si le clavaran una daga en el pecho y dedicó a su
amada las rimas de su desesperación. Pero pensó que el grande y profundo amor
que su señora le tenía no era posible que hubiera mudado, sino que forzada por
la voluntad del maestre habría aceptado el matrimonio, pero seguiría amándole con
la misma firmeza y confianza. Las secretas cartas de Elvira le demostraban que su nombre aún vivía en los recuerdos de
su amante y esperaba una oportunidad para mejorar su suerte.
Pero amores tan continuados tenían que
ser descubiertos; el marido de doña Elvira,
llegó, pues, a enterarse. Su primer pensamiento fue el de matar al audaz Macías; pero no se atrevió a tanto, por
ser este uno de los escuderos más apreciados por su señor. Entonces dio cuenta
de aquellos amores a don Fernan Perez de
Andrade, el cual, llamando el doncel a su presencia, le amonestó muy
seriamente, diciéndole que no sólo dejase de importunar a doña Elvira, sino que ni siquiera pensara en
continuar aquellos amores; debía, pues, olvidarse de ella.
Estaba, no obstante, Macías tan enamorado, que, viéndose
contrariado por aquella prohibición de su señor y por las amenazas del esposo
ultrajado, creció su amor y su deseo e insistió en requerir a su señora con
tiernas canciones, tanto que el maestre, no viendo otro remedio, mandó que lo
llevasen preso al castillo de Narahio (
San Sadurniño), lugar de la Orden de Santiago a unas cinco leguas de Betanzos, donde el habitaba, por no
hallar otra solución para cortar las quejas que le daba el esposo ofendido.
Preso Macías en Narahio con gruesos grillos de hierro en los pies,
entonaba tristes cantigas, lamentando sus dolores y quejándose de su mala
suerte. Enviaba estas quejas a su señora y mezclaba con sus saudades algunas
esperanzas.
En las ramas de un árbol
cantaba un mirlo enamorado.
Entre los matojos agachada
cacareaba una mirla enamorada.
Dijo el mirlo – Mucho cacareas.
Y ella contesto: Para que me oigas,
aunque no me veas.
Llegaron a las manos del marido de
doña Elvira estas cantigas, así como
también las acostumbradas cartas de Macías.
Y, no pudiendo sufrir el desasosiego que le produjeron, abrumado por los celos,
decidió acabar de una vez con tal historia. Montó a caballo, y armado con una Lanza, se fue hasta Narahio y vio, por una ventana de la
prisión en donde estaba Macías, cómo
este se dolía de su amor y de su mala suerte.
Entonces, loco de coraje y de celos,
arrojo con fuerza la lanza por entre las rejas y atravesó con ella el pecho del
leal amador, que exhalando su último suspiro cayó para no levantarse más.