Esta es una leyenda que he escuchado en
tres sitios diferentes, una en Santiago
de Compostela, otra en Mondoñedo y
la otra en Orense. Las tres coinciden, yo creo que por su forma
de empezar, es una leyenda traída e inventada por algún anónimo trovador que la
cantaba para poder recoger monedas de los oyentes.
Las tres comienzan:
En un
lugar de Galicia
Nalgún lugar da Galiza
Llamado
(aquí el nombre)
chamado
Mondoñedo
habitaba
un matrimonio
vivía
un matrimonio
con
dos hijos y un recién.
con
dous fillos e un recen.
Bien,
la leyenda de Santiago de Compostela
Vivió
hace tiempo en Santiago un humilde albañil o enladrillador, que hacia fiesta todos los domingos y días santos, incluso San
Lunes, y a pesar toda su devoción era cada vez más pobre y a pesar de toda su
devoción era cada vez más pobre y apenas si podía ganar el pan para sus dos
hijos, el recién y su esposa. Cierta noche fue despertado en su primer sueño
por unos golpes en la puerta. Abrió y se encontró frente a un canónigo de la
catedral, alto, flaco y aspecto cadavérico.

Con
muchísimo gusto, señor, con tal de que cobre como corresponde.
Desde
luego; pero has de consentir que te vende los ojos.
No opuso reparo el albañil. De forma que,
con los ojos vendados, fue conducido por el canónigo a través de varias
retorcidas callejuelas y tortuosos pasajes, hasta que se detuvo ante el portal
de una casa. Una vez hubieron entrado, el canónigo cerró, echó el cerrojo y el
albañil fue conducido por un resonante corredor y una espaciosa sala en el
interior del edificio, donde le fue quitada la venda y se encontró en un patio,
alumbrado apenas por una lámpara solitaria. El canónigo le pidió que hiciese
una bóveda. Trabajó, pues el albañil toda la noche, pero no logró terminar la
faena. Un poco antes del amanecer, el
canónigo le puso una moneda de oro en la mano, lo vendó nuevamente y lo condujo
a su casa.
Ya lo
creo, puesto que se me paga tan bien.
Bueno,
pues entonces, volveré mañana de nuevo a medianoche.
Así lo hizo y la bóveda quedó terminada.
Ahora- le dijo el canónigo- tienes
que ayudarme a traer los cadáveres que han de ser enterrados en esta bóveda.

El albañil y el canónigo las
transportaron y las encerraron en su tumba. La bóveda fue tapiada, restaurado
el pavimento y borradas todas las señales del trabajo. El albañil, vendado otra
vez, fue llevado por un camino distinto del que había hecho. Tras haber andado
bastante tiempo se detuvieron y el canónigo le dio tres piezas de oro.
Espera
aquí- le dijo – hasta
que oigas la campana de la catedral tocar maitines. Si te destapas los ojos
antes, te sucederá una desgracia.
Cuando sonó la campana, se descubrió los
ojos y vio que se encontraba a orillas del Sar.
Se encamino a su casa y gastó
alegremente con su familia, las ganancias de sus dos noches de trabajo,
quedando otra vez tan pobre como antes.
Continuó trabajando poco y rezando
mucho, mientras su familia seguía enflaquecida y harapienta.

No
tengo por que negarlo, señor, pues es cosa que salta a la vista.
Supongo,
entonces que harás un pequeño trabajo y que lo harás barato.
Más
barato, señor, que ningún albañil de Santiago.
Eso
es lo que quiero. Tengo una casa vieja que se está viniendo abajo; de modo que
he decidido arreglarla y mantenerla en pie con el mínimo gasto posible.
El albañil fue conducido a un caserón de
la rúa del Villar que amenazaba ruina. Se quedó sorprendido, pues, como en
sueño, vino a su memoria el recuerdo de aquel lugar.
Digame-
preguntó- ¿Quién ocupaba antes esta casa?
¡La
peste se lo lleve!- exclamó el propietario. Un
viejo canónigo avariento que sólo se ocupaba de si mismo. Murió de repente, y
acudieron en tropel curas y frailes a tomar posesión de su fortuna, pero solo
encontraron unos ducados en una bolsa de cuero. La gente pretende que
se oye todas las nochezs un tintineo de oro en la habitación donde dormía el
canónigo, y en ocasiones, gemidos y lamentos por el patio.
Está
bien- repuso el albañil
con tono firme- permítame vivir en la casa, sin pagar, hasta que se presente mejor
inquilino, y yo me comprometo a repararla. Soy buen cristiano y no tengo miedo
ni al mismo diablo aunque se presente en forma de talego de dinero.
