
Cuenta la anécdota Ricardo
E. Vilariño de Barbeito en su libro Conforte, sus monumentos, leyendas y
tradiciones ( Monforte, 1896 ).
Todos los
genios—dice--,
hasta imponerse como tales, sufren tormentos sin cuento, pues la
envidia que siempre imperó tiende a empequeñecer sus méritos y les hace objeto,
ya de persecuciones, ya de desgracias ficicas, ya de toda suerte de calamidades
que parecen consustanciarse con la penosa y malhadada vida del artista.
Precoz artista, Moure
demostró, siendo aún muy joven, sus altos vuelos, y sintiendo la necesidad de educarse y familiarizarse con el arte, se fue
a Madrid en compañía de un pariente.
Se
presentó en el taller de Berruguete ( famoso escultor), el cual lo examinó y
creyó que nada se podría sacar de aquel muchachito que pretendía iniciarse en
el arte de Fidias; le sometió, sin
embargo, a una prueba con el fin de que prácticamente demostrase sus aptitudes,
dejándolo en absoluta libertad para que eligiera el objeto que más le agradara.
Pasados ocho días, se
presentó nuevamente Moure en el taller e hizo entrega a Berruguete del objeto
que había realizado, <<
un mazo >>. Lo cogió el escultor y, no viendo en él nada que
revelase ingenio, dijo al joven que no podía admitirle en su taller puesto que
le faltaban aptitudes.
Se despidieron, y
moure se marchó, dejando allí el mazo. Al poco tiempo, el escultor lo cogió y dio un golpe con él; su sorpresa y asombro fueron grandes al
ver que aquel mazo se rompía en pedazos y cada uno de ellos representaba en
finísima talla un pasaje de la crucifixión del Salvador.

Desde aquel momento se
abrió un ancho horizonte para el artista gallego, que más tarde pasó con justa
y merecida celebridad a la posteridad por sus muchas y hermosa obras.
Moure falleció en Conforte el año 1.636, cuando estaba
trabajando en el retablo de la iglesia del Colegio, lo que no pudo terminar.