El célebre caudillo musulmán Almanzor, que por el año 997
invadió Galicia, es, en toda la prolongada guerra sostenida contra los
mahometanos, el que más se recuerda en nuestra tierra; porque fue el que logró
llegar más al norte del territorio peninsular, rebasando Lugo hasta Ortigueira y penetrando en Santiago de Compostela,
la que saqueó, llevándose hasta las campanas de la catedral a hombros de
prisioneros cristianos. Cosa que dos siglos más tarde Fernando III “El Santo” hizo que se restituyeran pero a hombros de los sarracenos.
Y por esto también, hay en Galicia muchas leyendas donde figura Almanzor como personaje principal,
siendo una de ellas la siguiente.
Al extenderse la noticia de que el temido caudillo avanzaba
con sus numerosas y aguerridas tropas, las gentes de villas y aldeas huían
abandonando sus casas, campos y ganado; los señores feudales, ante la
inminencia de un peligro al que no podían resistir, cogidos por sorpresa por la
rapidez del ataque inesperado, dejaban
también sus castillos, alejándose hacia el Norte, para agruparse allí y
emprender unidos el contraataque para rechazar a los moros.
Atravesando las montañas de Fuentefría, el ejercito comandado por Almanzor se extendió por toda
la comarca de Salvatierra, llevando
a sangre y fuego su avance victorioso, apoderándose de ganados que habrían de
alimentar a sus hombres y de todo lo que pudiera servirles para afianzar su
poderío y defenderse de una recuperación por parte de los gallegos. Así llegó
hasta los valles de Troncoso, San Pedro
y Las Oliveiras, en las inmediaciones del castillo de Sobroso, y en este
lugar su capitán Ab-del-Kader se adelanto para explorar el camino y observar
las disposiciones y elementos de defensa con que contaba.
Mas, el castillo se hallaba abandonado y aún mas
sorprendidos quedaron al comprobar que sus puertas estaban abiertas. Con
cautela entraron algunos moros en el patio, y, convencidos tomaron posesión de
él y enviaron la noticia al jefe del ejército ( Almanzor ).

Cundo Ab-del-Kader y sus hombres, instalados en los
salones de la torre del homenaje y sus dependencias, se disponían a disfrutar
de un descanso saboreando los vinos que habían hallado , oyeron, no sin
inquietud, una suave y extraña música que acompañaba el recital de un romance. Ab-del-Kader
y sus subordinados subieron hasta la plataforma de la torre, de donde venia la
voz; allí un viejo ciego, sin duda
juglar del señor de Sobroso, tocaba una zanfonía con la que acompañaba su
canción, sin parar mientes en los soldados que habían hecho acto de
presencia.
Ab-del-Kader, considerando como un ultraje la
indiferencia del anciano, indignado ante lo que consideró una burla, empuñó su
cimitarra y descargó un rápido golpe
sobre la muñecas del músico, cercenándole las manos; y de un segundo golpe,
le decapitó.

Y mientras se izaba la bandera de la media luna en el
castillo, los despojos del infeliz juglar fueron arrojados al pie de la
muralla.
Inmediatamente llegó al castillo Almanzor, que utilizó a Sobroso como aposento de su cuartel
general.
Desde una de las atalayas, el almuédano convocó a los
soldados a la oración; después, Almanzor se reunía con sus capitanes en una de
las salas de la torre para estudiar el plan a realizar en el avance sucesivo y
cómo habría de efectuarse el asalto a la ciudad de Santiago de Compostela, que era su principal objetivo.

Pero sus deliberaciones se interrumpieron al escuchar un
canto a la vez suave, melancólico y vigoroso, asombrándose a no comprender de
donde procedía aquella extraña música.
Ab-del-Kader refirió entonces lo acontecido
con el viejo y ciego juglar, ordenando entonces Almanzor que se repitiese el
mismo castigo con el importuno músico que osaba mofarse de él y de sus
guerreros.

Varios soldados moros registraron el patio, las atalayas,
las murallas; pero no hallaron a nadie que pudiera ser músico y cantos tan
impertinentes. El mismo
Ab-del-Kader, guiándose por el sonido que no
dejaba de oírse insistentemente y lúgubre en la noche, pudo hallar, al pie de la muralla donde arrojó el cuerpo mutilado del
anciano cantor de la torre, su vieja zanfonía, que tocaban las dos manos
cortadas; y era como un eco la voz del viejo músico, qué seguía cantando y
canta aún, según se dice, cuando se presiente
una gran calamidad para Galicia.